Desde pequeña he vivido la pediatria en casa de una forma especial. Mi madre era pediatra y yo jugaba con mis muñecas a curarlas, como hacen tantos niños y niñas hoy en dia. Crecí, estudié medicina… y un día, en mi rotación como residente en alergia infantil, en el Hospital Gregorio Marañón atendí a una mama con un niño de 5 ó 6 años con alergia a la leche y al huevo.
Traían resultados de analíticas y el niño, nervioso, me miró y me hizo solo una sóla pregunta: “¿Podré ir y comer la tarta de cumpleaños de mi amigo?». En ese momento me dí cuenta de lo que implica tener un niño con alergia.
Miedo de los padres a una probable reacción alérgica y por tanto evitación. Evitación a ir a cumpleaños, limitación a una vida normal.
Por eso quise dedicarme a la alergia infantil. Para ayudar a todas esas familias que conviven a diario con la alergia y que temen siempre que “pase algo”. Y me formé como alergóloga y como pediatra. Con dos especialidades que se complementan a la perfección, para tratar esta patología desde la prudencia pero nunca desde el miedo.